Madre,
Ha pasado mucho tiempo desde nuestra última correspondencia.
Aquella vez me encontraba en el Olimpo, con los dioses del arte contemporáneo.
Qué ridículo suena todo ahora.
Las cosas recién están volviendo a la normalidad después de la pandemia.
Hoy de vuelta en Mendoza retomé la arquitectura y la docencia. Al arte le faltaba una cosa, la realidad. Estos 6 años han sido extraños.
Te acordás que te conté lo que me dijo Don Luis Quesada, esa vez que el Ramiro me invitó a cenar a su casa? “La tarea del artista es resolver aquello que no tiene solución”.
Ese oximorón me partió la cabeza. Fueron muchos años de buscar. Resolver lo que no tiene solución. Era una sensación nueva. Un camino sin fin. Lleno de angustia e incertidumbre.
Lo último que hice fue un poema, que dice así:
Colaborador
Copiloto
Coordenada
Colindante Cooperativa
Cocacola
Compartir
Compilar
Comandar
Corona
Coexistencia
Coworking
Coliving
Covid
Hoy tengo un desafío. Hacer arquitectura y, lo que es más difícil, enseñar a hacer arquitectura.
¿Dónde quedaron todos esos preceptos que defendía tan violentamente? ¿Dónde quedó ese idealismo juvenil? La utopía. La vanguardia. La sed de mirar las cosas como no han sido.
El mundo se dió vuelta aquel Marzo de 2020 y yo me di vuelta con él.
¿Quién soy ahora?
Llamaron de una revista. Me pidieron escribir un artículo. Una serie de palabras que reflexionaran en torno al espacio.
Tengo la mente en blanco.
Solo puedo recordar a la Ingeniera Montaña. Esa mujer si que me hacía pensar. Nunca pude descifrar si era de izquierdas o derechas (si es que binarismo siguiera teniendo algún tipo de sentido en estos momentos). Llegaba a clases y exponía unos argumentos, y a la clase siguiente defendía los opuestos. Ambas cosas hacían sentido en mi cabeza. ¿Cómo podía ser?
Ahora que pienso, toda mi vida me he sentido atraído por la contradicción.
El papá me hablaba de la lógica del capital, y la tía Liliana de la lógica de la vida.
Vos eras dulce, y él estricto.
Él me mostraba que detrás de todo lo que nos rodeaba había matemática y que era posible analizar y medir cualquier cosa, si uno establecía un método adecuado para cada ocasión.
Vos me hablabas de sensaciones y sentimientos.
Ponerse en el lugar del otro. Pensar con esa cabeza. Sentir con ese corazón.
Eso me enseñaste. Eso quiero transmitir.
¿Cómo hago?
¿Les transmito sin filtro lo que mis profesores me transmitieron a mi? ¿Les muestro un mundo sólido y sin fisuras? ¿Un manual de procedimientos a seguir a rajatabla que les garantizará el éxito ahí afuera? ¿O les hablo de la encrucijada? ¿De la puta zona gris, llena de dudas y dilemas, en las que la realidad se mueve? ¿Quién soy yo para decir que es correcto? No se puede saber a ciencia cierta que es correcto. Lo correcto es una lucha, una guerra sin tregua en el interior de cada quien. Mutante. Orden y caos. Nuevos datos. Nuevas experiencias. Nuevos puntos de vista. Mutante.
Pero, para hacer hay que decidir. ¿Como se decide si a priori no se sabe lo que es correcto?
En el equilibrio nada se altera, nada se mueve. Para decidir hay que inclinarse por una de las múltiples opciones que uno tiene a disposición. ¿Y si elijo mal? ¿Si me traiciono? ¿Si empiezo algo y luego cambio de opinión? La arquitectura es material. El espacio tiene límites. ¿Se puede cambiar de opinión luego? ¿Se puede querer algo hoy y querer algo distinto mañana? ¿Cómo pensar el espacio para el cambio?
Esta tarea me está agotando, Madre.
Tal vez Quesada padre tenía razón. Tal vez no solo el arte deba resolver aquello que no tiene solución. Tal vez la vida sea una concatenación de situaciones sin resolución posible. Tal vez lo único posible sea resolver a pesar de. Actuar por intuición y saber que nada nunca podrá ser correcto. Aprender a vivir con esa sensación. Y disfrutar.
Hacer.
Mirar para atrás.
Sentir, pensar, y volver a hacer.
Avanzar por un camino de cosas imperfectas tendiendo al infinito matemático, sabiendo que ese camino que nunca llegará a ningún lado.
Como el Olimpo aquel que no era tal.
Me siento como un personaje de El Extranjero.
Pero quiero hacer Madre, quiero hacer. Quiero cambiar esto. No vivir sabiendo que las normas solo se modifican para alimentar la especulación. Que los cambios solo sirven para beneficiar aún más a los que ya fueron beneficiados por la divina providencia de Walter. Qué en el fondo, no hay mérito que alcance. Que en el fondo nunca vamos a estar mejor, que nunca vamos a ser más iguales, que nunca vamos a poder ver los frutos de nuestro trabajo.
¿Quién habrá sido el primer terrateniente? ¿Quién tendrá la primera matrícula de inscripción en el registro de la propiedad? ¿Quién habrá sido el primer beneficiado con la plusvalía inmobiliaria?
Siento una presión en el pecho cuando me hago estas preguntas.
¿Hay una salida?
¿Quién tiene razón? ¿Rand o Marx? ¿Von Mises o El Che? ¿Mi viejo o la Liliana? ¿Y si todos tuvieran razón? No queda otra más que habitar ese gris que no existe.
¿Y si existiera? ¿Y si lo creara? ¿Y si lo creáramos? ¿Qué forma tendría?
¿O acaso la forma es el problema? Tal vez ese haya sido siempre el problema. La forma sólida no permite el cambio, no permite la adaptación. Nada en este mundo persiste el paso del tiempo. Nacemos, crecemos, florecemos y morimos. Aquello que no se transforma está condenado al fracaso o a convertirse en un monumento que represente un cúmulo de ideas pasadas.
La vida es dinámica. La arquitectura debería serlo también. Una meta-arquitectura capaz de ser más que el espacio que la compone. Espacio actual neto más espacio posible futuro. Dejar de pensar en metros cuadrados, para empezar a pensar en metros cúbicos y el intangible que significa la mutación. ¿Y si toda la ciudad fuese creada a partir de micro-meta-arquitecturas? ¿No sería acaso eso el principio de una ciudad sin forma, una ciudad mutante, adaptable, darwiniana, donde el hoy sea lo importante, donde sean las personas quienes decidan dónde y cómo habitar? ¿Estamos preparados para una meta-ciudad? ¿Podríamos ser respetuosos para habitar espacios mutantes? ¿Pensar en nosotros y en nuestros intereses, y a la vez pensar en los ajenos? ¿Podríamos vivir el espacio sin normas impuestas? ¿Sin códigos de edificación? ¿Sin planes de desarrollo urbano? ¿Podríamos prescindir de todo eso y trasladar al plano espacial las ideas libertarias? No se madre, no se que decirle a esta gente de la revista. Me da la impresión que me llamaron para que diera certezas sobre el tema, pero no tengo ninguna. Siempre pensé que esto de la arquitectura líquida era la solución, lo sigo creyendo hasta hoy, más teniendo en cuenta todo lo que pasó en esa larga cuarentena que empezó en el 2020, pero nada indica que esto vaya a suceder algún día.
Recuerdo la gente abandonando sus departamentos en las ciudades para afincarse en los suburbios y el campo. La gente quería aire, la gente NECESITABA aire. Pero el mercado no dió respuestas, porque para el mercado el cambio no es rentable, salvo que lo controlen. La libertad no es negocio. Si uno pudiese cambiar eternamente el espacio que habita, adaptarlo siempre a las necesidades reinantes del momento, eso impactaría en la cantidad de transacciones inmobiliarias que se realizan a diario. Adiós aforos municipales, adiós comisiones por ventas, adiós sellados fiscales, adiós especulación inmobiliaria. La plusvalía la generarían las mismas personas al ritmo de la creatividad en las mutaciones. ¿Y si esto sucediera? ¿Si las personas generaran y se favorecieran de su propia plusvalía? El mercado desaparecería. Lamentablemente hay quienes nunca dejarán que eso pase.
El dinero es el rey del espacio y esta carta, Madre, un ejercicio neurótico de duda.
MAURICIO WAISMAN
Ph: BOB KOLBRENER
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