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Erotismo del Colmo

El arte para las sombras siempre será el reflejo de los equívocos aglomerados en colinas, y el basural de contradicciones que alimenta la carencia. El arte (como los movimientos de masa) es político en tanto paradoja inestable de lo bidimensional que no logra la tridimensionalidad eterna (ser wi-fi). Como diría un romántico “es una marea infinita” pero la torpeza reclama “es una línea histórica sin apocalipsis”, dialéctica interminable de siderales pánicos ante el irreparable extracto de muertes y abusos diarios.


Hablar del deseo implica una zambullida en el terreno de “La mezcla” como escribió Girondo en “La masmédula”. Sin embargo, ya que cuerpo y deseo coquetean entre sí como berros de orillas curvas con el agua que alimentan sin rozar, diremos que deseo, en principio, no es moralidad (aunque “contagie”), no es objeto (aunque algunos lo despierten), no es abstracción (ni se concretiza) y no es la sensibilidad mutante del cambiar constante de todo en todo.


Más bien, es el hachazo a las superficies, es una apuntalación que lo empuja al ambiente intocable de las sorpresas, a la conjunción de los azares intermitentes. El deseo, al estar más allá del discurso pero al habitar en el discurso, es lo que junto a otros instala “interrogantes sensoriales” en el decir, es decir, pero del que mueve en las lógicas de lo auténtico hilarado. Es eso que abandona la soledad con la metamorfosis del hombre que mujer va hacia otra cosa, anclándose en asombros, en abismos inquietos, en muelles firmes sobre potentes remolinos de silencio... deseo es algo que va en barco pero el capitán no es tan capitán como goza ser.


Los capitanes tienen vértigo al erotismo


Una enseñanza que podemos obtener del orgasmo masculino es la belleza de lo fláccido. Si algo de valorable tiene tal declinación sagrada es que suspende el lugar del amo, de quién goza de poseer. Todo patriarca es símbolo de su declinación ante el desfallecer de su organito, y esto es lo más cerca que podrá vibrar con su deseo, ya que deseo es: (piedad de mí adoradores del Todo) límite.


¡¿Cómo que el deseo es límite?¡ - me grita el universo, la infinidad y la plenitud.


El límite es lo que el Neoliberalismo nos empuja a derrocar porque el deseo lo desfigura. El deseo es un cercamiento en tanto territorio desconocido que aloja los órganos en una energía vacía. Su erótica es la eticidad que ante dos cuerpos triangula los puntos ciegos y los vuelve campo visible para desnuclear la rareza trenzándola.


El erotismo, si deriva del des/cubrir, se parece al deseo en el hecho de que este es ausencia. Des/velar, una y otra vez, no revela concreción, más bien despierta faltas que excitan la brújula-guía del misterio. Esta brújula es la báscula del encuentro. O se frota con la sugerencia o se descarna con intenciones, y en el entrecruzamiento de las posibilidades se gesta en el colmo la pregunta de lo imposible: “¿seremos?”.


Esa tensión es el fuego, ese vibracionismo camaleónico es la música, esa paradoja transfigurada es complexión halógena, fisión sinestésica de la telepatía.


por Gonzalo Dominguez de Ugalde



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